La lógica detrás de la oferta de grados y títulos universitarios en Chile, está basada en la demanda de los futuros estudiantes de las distintas universidades, en otras palabras, se basa en la intención que tenga uno o un grupo de estudiantes en invertir recursos y tiempo en algún determinado programa de estudio. Esto va en contra de la función central de la universidad como institución, ser un espacio de reflexión y deliberación. Es de esperar que esta forma de ver la universidad cambie en el futuro cercano, para que así, vuelva a ser “el lugar donde la sociedad toma conciencia de sí misma”, según palabras del rector Carlos Peña.
Hace un par de semanas, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, presentó la reedición en España de su libro, “Por qué importa la Filosofía” (Taurus). En una entrevista con motivo del lanzamiento del libro, publicada en Chile en el medio El Desconcierto, el Rector expresó una crítica a las universidades chilenas. Peña señala que, en la práctica, las universidades chilenas funcionan con la misma lógica de una gran empresa, aseverando que existe “un imperio de la utilidad inmediata: esperamos que la escuela o la universidad satisfagan necesidades acuciantes, nos provean de cosas útiles o que tengan valor de cambio, susceptibles de ser transformadas en mercancías”
La crítica del rector Peña es muy acertada, debido a que el acceso a los títulos universitarios se ha masificado en los últimos años, esto debido a la búsqueda de la promesa del incremento en las condiciones de vida al poseer un título universitario. Transformando a la educación terciaria, en prácticamente un sistema de producción en línea, o en propias palabras de Carlos Peña: “Hay un hechizo con el anhelo del bienestar económico que estamos transformándolo todo en medios para alcanzar ese objetivo, estamos transformando el quehacer académico en un remedo de una factoría”.
Peña indica que el rol de la universidad no es producir titulados para el mundo laboral, por el contrario, la universidad debe ser un lugar donde la reflexión sobre el mundo y quienes somos, sea foco central de su quehacer. No puedo estar más de acuerdo con el rector Peña en este punto, pero debe ser considerado también el mundo y tiempo en que nos tocó vivir. Vivimos en un mundo altamente tecnificado, en donde el conocimiento cada día tiene más valor, sobre todo en el área técnica. Por consiguiente, se debe buscar un balance entre lo que debería ser el quehacer universitario y lo que éste es actualmente.
De todas formas, el diagnóstico de Carlos Peña es relativamente optimista con respecto a la realidad de la educación terciaria en Chile. En el caso de que las universidades produjeran solamente capital humano avanzado, entiéndase como capital avanzado una persona técnica- e intelectualmente competente para el sistema productivo de nuestro país, las universidades estarían cumpliendo, no de forma perfecta, con su rol en la sociedad, lamentablemente la realidad de la educación universitaria en Chile es mucho peor.
Todos recordamos los bullados casos de la carrera de criminalística no acreditada, o la Universidad del Mar, que fue cerrada definitivamente en 2019. Estos son ejemplos de mal diseños de grados académicos, carreras, e instituciones, que no responden en lo absoluto a la lógica que la universidad debe ser un espacio abierto de reflexión intelectual, es más, si siquiera se relacionan con la matriz productiva de nuestro país, en otras palabras, a la técnica. Estos corresponden a casos emblemáticos de malas prácticas, pero ¿estamos seguros de que todos los grados y carreras ofertadas en el sistema nacional de educación terciaria actual no escapan a ello?, la verdad, no tenemos certeza de aquello.
Uno de los criterios que las universidades utilizan para ofrecer un grado o carrera, se basa en la cantidad de alumnos que ese programa tendrá, en consecuencia, la lógica detrás no contempla las necesidades productivas del país, y menos crear un espacio de debate reflexivo. El razonamiento detrás responde a las aspiraciones y anhelos de las personas, o también llamado mercado, en otras palabras, se basa en lo que las personas están dispuestas a pagar para obtener un determinado grado o título, convirtiendo a la universidad, en una institución emisora de certificados.
Como indicó el rector Carlos Peña, esperemos que la universidad retome su función más propia, ser una institución abierta a la reflexión y deliberación, ligando esta forma de hacer universidad con la técnica, en donde el capital humano avanzado, regional y nacional se forme. Y deje atrás las lógicas de mercado existente hoy en día, la cual transforma a la universidad, en el mejor de los casos, “en el departamento de investigación de una gran empresa”.
Por: José Gerardo Moya Cancino, Doctor en Química, Física y Catálisis de la Universidad de Utrecht, Holanda. Académico e Investigador