Nuestra élite intelectual, al parecer, sufre de una terrible condición, podríamos llamarla, “obsesión convulsiva con el así llamado primer mundo”. Pretende, insistentemente, pertenecer a él, dejando en el camino de lado lo nuestro, lo local. Así como un conejo o liebre se encandila en la noche con una potente luz, para luego ser cazado o atropellado por algún vehículo en la carretera, así nuestra intelectualidad se encandila con el primer mundo, y deja atrás nuestra propia cultura, y quizás eso nos lleve a la muerte cultural.
¿Qué es lo que primero pensamos cuando hablamos de cultura chilena? Algunos pensarán en rodeo, otros en la cueca, el curanto, la fiesta de la tirana, el chamamé, y muchas otras expresiones típicas chilenas. Éstas claramente contribuyen a construir una identidad nacional, aunque los completos y los cafés con piernas del centro de Santiago también contribuyen con el mismo propósito (estas son creaciones netamente chilenas). Pero cuando nos preguntamos, ¿Cuál es el capital cultural nacional? Nos cuesta un poco más responder a esta pregunta, ya que no solo hablamos de expresiones de nuestra forma de vivir, como sería un poncho típico de lana de oveja y alpaca de la zona centro, sino que también hablamos de ideas que definen nuestra forma de ver el mundo. La tarea de crear estas ideas, las que definen nuestra identidad nacional, recae en nuestros intelectuales.
Quizás usted ha oído hablar de Hegel, el filósofo. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, antes de ser uno de los pensadores más influyentes de la humanidad, primero fue un filósofo alemán, y digo filósofo alemán porque sus ideas no solo han influido a la humanidad, sino que han modelado el concepto de nación alemana desde principios del siglo XIX. Me refiero a que, sin Hegel, Alemania no sería la Alemania que conocemos.
En nuestro caso, el chileno, ¿podría nombrar pensadores, cuyas ideas haya modelo la cultura nacional? Creo que es una pregunta un poco difícil de responder. Además de los versos de Neruda: “… podría escribir los versos más tristes esta noche….” ¿Recuerda algún otro verso de Neruda, o de Mistral, o de Huidobro, o Parra, o Zurita, o de Rokha? Por solo nombrar poetas, porque aparentemente este país es tierra de poetas. Bueno, lo más probable es que esté en el mismo aprieto en el que me encuentro en estos momentos, porque la verdad no recuerdo otro. Ahora, si nos referimos a filósofos, las cosas se vuelven aún más difíciles.
Quizás usted piense que no ha habido en esta austral tierra algún filósofo o filósofa, pensador o pensadora, que haya producido una idea notable que haya contribuido a construir una identidad nacional. La verdad es que, si ha habido, Francisco Bilbao, el mismo del nombre de las calles y la estación de metro de Santiago, creó el concepto de “latinoamericano”. Quizás considere que es solo una palabra, pero esa palabra ha ayudado a construir una cultura continental. Además, Andrés Bello, el mismo que aparece en los billetes de 20.000 pesos, y que la Universidad lleva su nombre para rendirle honor, creó una ortografía propia, llamada ortografía de Bello u ortografía chilena, la cual simplificaba de una manera muy útil la ortografía castellana. Una prueba de esta ortografía la pueden encontrar en la entrada del antiguo edificio de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, en ella está escrito: “Escuela de Injeniería”.
No sé usted, pero tengo la impresión de que hace mucho tiempo no vivimos en los tiempos de Bello o Bilbao, ya que nuestros intelectuales no han creado conceptos o ideas que contribuyan a construir un capital cultural nacional. Al parecer, nuestra intelectualidad, en los últimos años, está al debe. Quizás, y solo digo quizás, en un afán de imitar, o en un fallido intento de camuflaje, nuestra intelectualidad se ha obsesionado con los autores europeos y norteamericanos, y han dejado un poco de lado lo nacional, lo local. Un destacado intelectual de nuestros tiempos es alguien que de preferencia tenga un doctorado en alguna universidad de Europa y/o Norteamérica (entiéndase por Norteamérica, Estados Unidos y Canadá, obviamente, no se incluye México, aunque México es parte de Norteamérica), y tenga una prolífera producción científica/literaria, en la cual tenga muchas, muchísimas citas a autores extranjeros, pero ¿Qué pasa con lo local, con lo nacional? Al parecer, nuestra intelectualidad lo considera irrelevante; aparentemente, Thomas Mann es mucho más interesante y elevado que Donoso o Rojas. Stendhal, guardando todo el respeto a su trabajo, comprende de una forma sublime el alma humana, cosa que Blest Gana hace toscamente. O quizás La Araucana es un poema mal hecho y equivocado, por ningún motivo comparable a la excelsa Eneida, aunque ambas narran el origen de una nación, aunque una con bastante más grado de realidad.
Al parecer, y solo hablo del mundo de los supuestos, nuestra elite intelectual niega nuestra realidad constantemente, quizás debido a que esta carece de elegancia y refinamiento, es demasiado rústica y tosca. Nuestros intelectuales supuestamente viven -físicamente- en nuestro país, pero intelectualmente habitan en alguna ciudad digital alemana, o en un Nueva York digital, tal vez la invención de aplicaciones tipo Zoom les ayude a convencerse aún más de aquel supuesto. Mientras tanto, deberemos seguir esperando al “enviado o enviada” que deje citar a pensadores del primer mundo, y se centre en nuestra propia identidad y la forma en que vemos al mundo, y así contribuya a construir un identitario nacional más fuerte, realizando un aporte significativo a nuestra cultura.
Por: Ernesto Alonso