Albania acaba de dar un paso que parece sacado de una distopía futurista: designó como ministra encargada de las licitaciones públicas a una inteligencia artificial llamada “Diella”.
La promesa es tentadora (eficiencia, transparencia, cero corrupción), pero la decisión abre una pregunta profunda sobre el rol de la automatización en procesos clave del Estado. En un mundo donde las industrias ya automatizan producción, logística e incluso evaluación de desempeño, ¿es este el primer síntoma de una política deshumanizada, dirigida por modelos de datos sin rostro ni rendición de cuentas?
En Chile, que aún lucha por modernizar su aparato estatal y cerrar brechas digitales estructurales, pensar en “ministras digitales” suena lejanísimo. Pero no por eso irrelevante. Si no empezamos a discutir desde ya cómo queremos regular el uso de IA en procesos productivos, públicos y privados, corremos el riesgo de importar soluciones tecnológicas que erosionan más de lo que resuelven. Porque automatizar sin ética, sin control democrático y sin soberanía tecnológica no es progreso: es renuncia.
Por: PhD. Jorge Rosales Salas, Académico Facultad de Ingeniería Universidad Finis Terrae



